Bú, un perro con problemas
Pues sí, le pusimos Bú!, porque cuando lo encontramos estaba aterrorizado. Sí, Bú!, Bú! de susto.
Aquella llamada… aquella amiga de Bea…, quizá la llamada que más cambió mi vida.
Aquella amiga, que vivía en un pueblo cerca de Zaragoza, nos dijo que había visto un perro muy asustado y muy delgado dando vueltas cerca de su casa. Y no, no lo vi venir, Bea me la coló casi sin darme cuenta.
Por aquella época yo acababa de volver a Zaragoza después de años viviendo fuera, convivía con Quentin, un estupendo compañero perruno, y nos acabábamos de ir los dos a vivir con Bea, quien recientemente había perdido a su perrita Yuna por una muerte injusta y prematura; por lo que consideraba que no era el mejor momento para introducir otro compañero perruno, estábamos en pleno proceso de adaptación.
Pero la estrategia de Bea fue muy astuta y sigilosa cual leona acechando a su presa, a la par que típica: “Tenemos a este perro en casa, en acogida, hasta que le encontremos otra casa” dijo. Casi 7 años lleva ya de acogida, jaja.
Le pusimos Bú, porque fue lo primero que se nos ocurrió, ya que pensábamos que quien lo adoptase ya le cambiaría el nombre. Que ingenuo.
Bú tenía 7 meses cuando Bea fue al pueblo de su amiga a sacarlo de la calle, al principio huyó, se reveló, intentó morder, se hizo sus necesidades encima, se revolvió… hasta que después de 3 horas detrás de él, entró en indefensión total y pudo cogerlo con la ayuda de los vecinos del pueblo. Por aquella época veíamos un perro en la calle y solo pensábamos en lo mal que podía estar, ahora quizá lo vería todo diferente, pero este es un tema para otro momento.
En aquel entonces yo trabajaba en una residencia canina, y como Bú estaba tan asustado pensamos que lo mejor sería que estuviese un par de semanas en una parcela de la residencia, donde yo iba entrando varias veces al día a darle comida, chuches y un poco de compañía. No se movía, estaba en una esquina, solo movía el rabito cuando entraba Quentin dentro de la parcela. Esa fue mi mejor baza. Quentin fue la clave para que Bú fuese saliendo poco a poco de su estado de indefensión aprendida, empezase a moverse y ganase confianza, hasta que por fin pudimos llevárnoslo a casa. Si no fuese por Quentin…, por mi parte no hacía más que meter la pata, en ese tiempo seguía utilizando correcciones como gritos o tirones de correa, los paseos eran excesivos en tiempo y en número de situaciones comprometidas que le obligaba a Bú a gestionar, el descanso en casa no era adecuado, ejercía mucho control verbal sobre él, lo que no le dejaba madurar, la comunicación entre nosotros no era buena, había muchos cambios y poca rutina, etc., por supuesto a la larga todos pagamos las consecuencias de esa forma de educar, sobre todo el pobre Bú.
A trompicones íbamos mejorando, o eso parecía. Bú fue el típico caso de miedos generalizados, a perros, a todo tipo de personas, incluido niños, a bicis, a coches… Íbamos quitando las capas de la cebolla, pasó de indefensión, a relacionarse muy nervioso con su entorno, después apareció la hipersimpatía (otro síntoma de miedo) y luego empezó a ser un poco bruto en sus comportamientos, hasta que al final hizo acto de presencia la temida reactividad descontrolada. Por supuesto, y ahora lo veo claro, todos estos miedos, agravados por la forma de educar que he comentado antes.
Vaya plan, imaginaros, habían pasado ya algunos meses y nadie se interesaba por su adopción, por lo que ya habíamos decidido quedárnoslo (el plan de Bea funcionó a la perfección), pero me sentía muy frustrado, dado que estaba empezando más en serio a trabajar como educador canino y tenía un perro con problemas serios que no era capaz de solucionar.
Imagínate que vas andando, o en bici, o en moto, o en coche, y ves a 150m venir hacia ti a un perro poseído, ladrando como un loco, que recorre esa distancia más rápido que un guepardo (o eso me parece a mí), que si se pone a dos patas mide más de 1´80m, y que cuando salta, sus patas traseras llegan hasta tu cabeza, imaginaros… bueno, pues con un beso no lo recibes; normal que la gente que nos encontrábamos se asustase tanto y nos pusieran de vuelta y media.
¿Cómo iba a confiar en mí mismo y ayudar a otros perros si tenía este problema en casa? Durante mucho tiempo estuve echándole en cara a Bea la encerrona que me hizo trayendo a Bú a casa, pero por suerte me di cuenta lo ciego que estaba, solo ahora soy capaz de ver que he podido avanzar como persona y como profesional gracias a Bú y los problemas que hemos tenido que superar juntos. Él me forzó a formarme más como educador, conocí grandes educadores que me abrieron los ojos, me obligo a salir de mi zona de confort, pude ir poniendo en práctica con él lo aprendido y Bú empezó a mejorar. Ahora le doy gracias a Bea por lo que hizo, a Bú por haber aparecido en mi vida y a Quentin por los sacrificios que ha tenido que hacer en favor de su hermano pequeño.
Por fin me dí cuenta de todo lo que estaba haciendo mal y empezamos a cambiar cositas. Hicimos un reset total, bajando al mínimo los estímulos que Bú recibía diariamente en casa y en la calle.
En casa había demasiada interacción, demasiado control y demasiada vigilancia. Sino le estábamos diciendo que dejara de hacer algo, le estábamos llamando para algo, o sino le estábamos pidiendo que realizara algún comportamiento, o incluso cuando no le decíamos nada estábamos siempre pendientes de lo que hacía. Esto, y que el contacto físico que teníamos entre él y nosotros no era relajante, influía negativamente en su descanso.
Los paseos, aunque con toda nuestra buena intención, eran excesivos, en tiempo y en cantidad de estímulos que obligamos a Bú a gestionar.
Todo esto, unido a sus miedos, provocaba que sus niveles de estrés estuvieran por las nubes, ¿cómo le iba a pedir que gestionará bien por si mismo una situación comprometida para él, cuando su estado emocional no era el adecuado? Así ni aprendía, ni maduraba.
Cuando ya conseguimos reducir sus niveles de estrés, ya teníamos un perro con otro talante, con más herramientas para afrontar su miedos, por lo que entonces resultó más fácil empezar a exponerle a situaciones comprometidas para él, para que pudiera resolverlas por si mismo, aprender de ellas y madurar. Nosotros nos dedicábamos a controlar tiempos, entornos y descansos, minimizando nuestra intervención directa en esas situaciones.
No espero que Bú sea un perro perfecto o igual de tranquilo que Quentin, sé que siempre va a ser más nervioso e impulsivo, y que determinadas situaciones le costará más gestionarlas, esa es su personalidad, forjada por lo genético y lo vivido, lo acepto, aunque reconozco que me ha costado mucho aceptarlo.
A día de hoy Bú es otro, puede gestionar él solo la gran mayoría de las situaciones que se encuentra, hemos encontrado un equilibrio en la convivencia familiar, nos conocemos los 4 a la perfección, y aceptamos nuestras virtudes y defectos con naturalidad.
Eduardo Cabanillas
Educación Canina Natural